sábado, 20 de octubre de 2012

Peter Fonda en The Wild Angels (1966)

Tocando la guitarra en el set. A la izquierda, Nancy Sinatra.

Inicialmente, Jack Nicholson iba a escribir esta seminal película de subgénero, pero un magnífico y excepcional Roger Corman no quiso pagarle un centavo más por palabra; el gran Jack sí persuadió a su progenitor artístico, y auténtico padre del cine independiente americano (sorry, John Cassavetes), después, y pergeñó el guión de la igualmente crucial The Trip (1967) --y, mejor aun, reveló uno de los más únicos talentos histriónicos de la historia del cine en Easy Rider (1969). A diferencia de ésta, The Wild Angels es una mirada sucia, casi documental unas veces, con frecuencia provocadora, sobre la actitud vital fascista, atea, nada cínica, completamente desconcertante, de los Hells Angels, tribu nómade de vándalos en motocicleta cuyo Atila es Peter Fonda (en iconoclasta o parricida autorretrato que lo hizo ídolo de los autocines y la contracultura, para embarazo y mortificación de un Tom Joad lidiando ya con las travesuras de la futura Barbarella). Su íntima, espontánea composición de un sociópata libertario y existencialista posee aún la capacidad de mover a la reflexión e inducir la misma sensación admirativa que sus semejantes: en los antípodas de Brando al final de la cinta, Fonda sentencia lapidario: “There's nowhere to go”.

sábado, 6 de octubre de 2012

Mia Wasikowska es Jane Eyre


A un lado, Meryl Streep. La más excelsa, asombrosa, sorprendente interpretación femenina en las pantallas de cine el año pasado no fue ni siquiera nominada al Oscar. Una sorpresa mejor --o peor-- incluso que la de las gemelas Olsen descubriendo su secreto mejor guardado en Martha Marcy May Marlene, porque Elizabeth Olsen no fue la mejor actriz principal sin Academy Award de 2011, sino ¡la insípida, larguirucha, prematura Alice de Tim Burton! Exactamente. La adaptación irregular, equívocamente personal y notablemente fallida de las novelas pro alucinógenos del matemático Lewis Carroll, en realidad no reveló a su protagonista, lo cual es el detalle más surreal(ista) de todo. Entonces fue que las (almas gemelas) Brontë acudieron al rescate, específicamente Charlotte, la más retraída y aparentemente mesurada. A diferencia de las Olsen, “niñas prodigio” de una era sin mayor significado, las Brontë no eran nada si no las elevaciones y abismos del alma humana. En los ancestrales moors salvajes, gaélicos, donde estas laicas hermanas habitaron y definieron el Gótico, todavía las pasiones intemperadas de Heathcliff y Cathy deciden las sinuosidades del clima, y a veces hasta se escucha la voz impredecible, entre el mal humor del viento y la ternura de la brisa, del secreto Rochester clamando por la adolescente Jane, el amor de una vida. Mia Wasikowska nos devuelve el milagro de un romance eterno, en una adaptación, filmada con gran sentido de la plasticidad de las imágenes y de su muda capacidad de comunicación, que sin embargo no sería absolutamente nada sin su increíble musa y artista, un verdadero caso de identificación actriz/personaje que evoluciona tocando todas las notas --y algunas desconocidas u olvidadas-- de sensibilidad del espectador como la más consumada solista, tal y como Charlotte Brontë habló a través de Jane Eyre cuando la literatura nos hacía más humanos.